viernes, 13 de noviembre de 2009

del punto en el plano

“Tracé, no con ideas ni con piedras, con aire y luz, la forma de mi tránsito.”
“Hijos del aire”, Octavio Paz


Su presencia en el universo, como la de muchos, como la de todos; carece de dimensión. Es el que no tiene parte…

Cuando abrió las ventanas; eso que los otros llaman ojos, miró que todo giraba, que daba vueltas sin parar, miro aquella casa y corroboró lo que dicen por ahí: que el mundo es redondo y gira, y que los trapos sucios se lavan en casa. En la casa de afuera pensó; puesto que eso que los otros llaman mundo, para él era simplemente la casa de afuera. Sin embargo, siempre supo que ese mundo no era redondo como una pelota, sino plano como un tablero de ajedrez; aquel claroscuro dialéctico que define el espacio de los opuestos, algo parecido a lo que los demás llamaban ciudad. Y decidió jugar…

Encontró a muchos como él, pero estos se hallaban constantemente en movimiento, nunca se detenían, siempre desplazándose de aquí para allá, unos más rápido que otros. Así era la vida en la casa de afuera: atropellada y vertiginosa. Advirtió que mientras se movían dejaban un rastro extremadamente angosto tras de sí y adivinó que todo ese movimiento frenético lo hacían para ser como líneas, para trascenderse, para tener dimensión y para lograrlo necesitaban ser muy rápidos, necesitaban de velocidad, de la velocidad de liberación; la que según los físicos y algún diccionario técnico la definen como “la velocidad que debe alcanzar un objeto que se encuentra en la superficie de un cuerpo celeste, para alejarse hacia el infinito”. Sin embargo había algunos, tal vez la mayoría que sin importar cuan rápido fueran sus movimientos; nunca llegarían a liberarse.
Miró las huellas de la velocidad, esas brillantes líneas. Había muchas de ellas, unas curvas y otras rectas que se enlazaban y se cruzaban, que se desvanecían y se enredaban como las ramas de un nido. Así llegó a notar que todo el conjunto adquiría otro sentido, otra dimensión. Y comprendió que todas esas líneas eran parte de una gran superficie; y que juntas conformaban el plano de la casa de afuera.

El también quiso ver su huella luminosa, su sendero geométrico y para hacerlo decidió moverse y buscarla en aquel plano enmarañado. Sabía que se trataría de una empresa descomunal, que sería como encontrar una aguja en un pajar. Pero se sentía tan fascinado con el brillo de la línea y la posibilidad de otra dimensión que no dudó en localizarla. Sin embargo se perdió y se volvió a perder en ese gran laberinto plano, aumentó su velocidad pero nada apareció, transitó otras líneas, se enredó y tropezó con ellas, injurió sus trazos pero de nada sirvió.

Decepcionado y cansado optó por detenerse y tras pensarlo un momento decidió buscar ahora en la casa de adentro…

Hacía rato que no se miraba a los ojos, hacía rato que no miraba hacia dentro, ya había olvidado el dibujo de su fachada; de esa máscara que llevaba como identidad.
Ahora se veía reflejado en su puerta transparente. Abrió esa mandíbula e ingresó. Recorrió su oscuro interior, anduvo por intestinales corredores y pasillos, escuchó el murmullo de gargantas elocuentes; pero él nada dijo, subió escalones cartilaginosos y encendió sus glóbulos rojos, abrió puertas óseas y con furibundo paso destrozó arterias y cortó venas.
Quería llegar al espacio más recóndito de la casa; seguro de encontrarse con su signo vital al abrir la última puerta de su más frío interior.

Lo que encontró lo estremeció. No comprendía como después de haber penetrado tan al interior se encontraba otra vez fuera, en qué momento de su desplazamiento atravesó aquel límite que separa lo interno de lo externo. Qué umbral transparente había atravesado sin darse cuenta.

Conciente que todo había sido un acto fallido decidió cerrar los ojos y dirigirse a su punto ciego para ver mejor:
primero miró hacia delante y buscó bien lejos y bien cerca en su espacio final; pero nada encontró, más que una imaginaria línea en el horizonte donde dos superficies alguna vez se encontraron.

Luego miró hacia atrás y buscó bien lejos y bien cerca en su espacio original; pero tampoco encontró nada, tan solo un deslumbrante vacío que empañó sus ventanas.
Su signo vital, ese transito lineal en el tiempo y el espacio no existía, su anhelada línea de identidad era solamente un espejismo; una larga línea imaginaria.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mira vos, a pesar del juego de las palabras,del maquillaje que utilizas para camuflar lo q sentís,de los efectos especiales que les ponés a tus líneas y curvas.
Este post es uno de los más sinceros que he leido.
Solcito

Anónimo dijo...

Agradable texto, totalmente gráfico.
Desde una ventana leo su palabra que terminó en una larga línea imaginaria… a pesar de eso siempre la leo...

Artistas dijo...

simbiosis delicia, andamiaje de arquitectura inteligente, fulgor y viento, todavía más plástico si le desgarraras las plumas "Abrió esa mandíbula e ingresó. Recorrió su oscuro interior, anduvo por intestinales corredores y pasillos, escuchó el murmullo de gargantas elocuentes; pero él nada dijo, subió escalones cartilaginosos y encendió sus glóbulos rojos, abrió puertas óseas y con furibundo paso destrozó arterias y cortó venas".

Anónimo dijo...

Siempre me molesto en la escuela el concepto de que línea es la unión infiinita de puntos. Porque e intente miles de veces con puntos hacer una línea…. Por cercanos que estén los puntos por rápido que se mueven jamás pueden materializar una línea, puede parecer que lo hacen, pueden tus ojos engañarte pero jamás lo hacen en realidad la línea… la verdadera línea es la unión infinita de líneas……. Entonces cada cosa es simplemente lo que es……